"En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y Dios vio que estaba bien. El verde de los árboles, la altura de las montañas, el croar de las ranas. Todo era armonía. Y entonces Dios creó el primer mostrador... y una hueste de clientes surgió de las tinieblas. Y Dios calló y el mundo ya nunca fue el mismo".

martes, 14 de junio de 2011

Realidad y juego II

Quizás el problema es que la eternidad es aburrida y Dios se divierte jugando a eso de cambiar las palabras de una letra por vez.
Se asoma cada tanto y para matar el rato va anotando en los cerebros de los clientes:

-Hola, estoy buscando un libro que me recomendaron, se llama El día de la diferencia de Pilar Gordo.

(En vez de Viva la diferencia de Pilar Sordo)

Lo que también explicaría la obsesión de los cabalistas con el tema este de los números. En la larga espera del juicio final, Dios se echaría cada tanto un Sudoku.

domingo, 5 de junio de 2011

Prólogo

Lo que sigue es el prólogo que había escrito para el libro artesanal, del que finalmente solo hice un ejemplar:

Hay un libro que es, a la vez, todos los libros. Cientos de personas lo escribieron, y no hay quizás un lector que pueda leerlo completamente. En él se cuenta la historia de Schahriar, un rey que luego de haber sido engañado por su mujer decide desposar una joven distinta cada noche y decapitarla a la mañana siguiente; y la de Scheherazada, la bella e ingeniosa hija del visir, que para poner fin a estas muertes lo entretiene con relatos que deja inconclusos al despuntar el alba.
Y ¿qué tendrán que ver Las mil y una noches con el oficio de librero? Así como Scheherazada debía dominar todas las artes para contar sus historias sobre barberos, mercaderes, astrólogos y pescadores; así los libreros nos vestimos de ingenieros, psicólogos, analistas de sistemas y filósofos para vender un libro. Como la hija del visir, debemos entregar nuestro cuerpo, nuestros gestos amables, la absoluta predisposición a movernos cómo y a dónde nos digan, para evitar que nos corten la cabeza. Todo cliente es un sultán que ha sido traicionado alguna vez, y espera el mínimo indicio de perfidia para bajar con toda su violencia el sable en nuestros cuellos.
Las arenas del tiempo son cíclicas. Primero fueron las narraciones orales, luego el libro, luego el librero. Nuestro oficio no es otro que el de contar historias. Desde que comienza el día hasta que cae la noche. Contamos aquello que está en los libros. Y, como Scheherazada, sonreímos ante cada gesto de nuestro Schahriar, aunque sepamos una y mil veces, que nunca, pero nunca, tiene la razón.